Por Lic. Myriam Zavalía

Después de años de trabajar con pacientes que residen en diferentes ciudades del mundo puedo hacer un intento de balance entre lo que sucede a nivel regional con las psicoterapias y sus implicancias. Encuentro muchas diferencias en cómo abordamos en Argentina los temas de salud mental y cómo lo hacen por ejemplo los norteamericanos, los españoles o los ingleses.

En Argentina sabemos, aprendimos, asumimos, que la angustia no es un síntoma menor y no la tenemos asociada a la locura ni mucho menos a algún tipo de estigma o prejuicio. Cuando una persona cercana manifiesta estar angustiado, busca un par con quien hablar y es muy natural que reciba como respuesta “buscá un analista, lo necesitás”.


Creo que, de hecho, nos tildan de «demasiado analizados» porque para algunas idiosincrasias, la consulta con un terapeuta significa que estás en las últimas, para atrás, mal. En cambio para el argentino el malestar que genera la angustia ya es suficiente señal de que algo tiene que hacer con eso, y entonces acude a terapia. Hay un boca en boca que sin duda entra en juego. No éramos un país analizado hasta los años 60, fue en esa época, después de haber llegado a la luna, que la terapia se instala en Argentina, primero en el sector intelectual para luego expandirse.
Alguien se analiza o hace otro tipo de terapia, y si la cosa marcha, (es decir, si se siente aliviado), lo va a comentar, se lo recomienda a otros. Los mejores sponsors de la psicoterapia (psicoanálisis u otras escuelas) son los mismos pacientes. Así que considero que globalmente es posible generar el contagio de un deseo de poner a trabajar la angustia y convertirla en motor de cambio.
Si los que nos consultan encuentran alivio a su dolor de exisitir, las terapias al igual que el deseo humano, serán inmortales.